jueves, 13 de noviembre de 2014

UNA ALARMA JUSTIFICADA. LAS PINTURAS DEL INSTITUTO DE CANARIAS CABRERA PINTO

El Instituto de Canarias Cabrera Pinto ha guardado con celo una pinacoteca que tiene su origen en el depósito que el estado hizo a esta histórica institución en 1906, gracias a las gestiones realizadas en los primeros años del siglo XX por el recordado director Adolfo Cabrera Pinto (1855-1926), apoyado decididamente por Guillermo Rancés y Esteban (1854-1904), V Marqués de Casa Laiglesia, quien fue diputado a cortes por la circunscripción de Canarias, distrito de Santa Cruz de Tenerife en el período 1891-1904, si bien, se podría afirmar, que estas gestiones para potenciar la enseñanza y la cultura canarias se vieron fortalecidas efectivamente por la visita de Alfonso XIII al Archipiélago en 1906 y, creemos, por la presencia en su séquito del ministro de gobernación entonces Álvaro de Figueroa y Torres (1863-1950), Conde de Romanones.


Las uveras. Eduardo Chicharro Agüera, óleo sobre lienzo 240x400 cm., 1898.


El Instituto, referencia histórica de la educación y la cultura en Canarias, no se olvide esto, recibió en el mencionado año de 1906 doce cuadros de diferente formato procedentes del Museo de Arte Moderno, que había sido fundado en 1897. Todos ellos galardonados con medalla en las exposiciones nacionales, iniciativa que ayudaría a engrosar los fondos de ese museo notablemente. En los ciento ocho años que esta colección de pinturas ha sido custodiada por la señera institución lagunera, no había sufrido mermas ni pérdidas, tampoco deteriores de importancia, lo confirman los varios informes de las inspecciones realizadas por los conservadores del Museo del Prado, museo del que dependía  hasta que el Centro de Arte Reina Sofía se convierte en Museo Nacional en 1988.

Con motivo de formar parte en exposiciones organizadas por el Centro Nacional de Exposiciones y Promoción Artística, el Museo del Prado solicitó en varias ocasiones el levantamiento temporal de algunos de estos cuadros («Rinconete y Cortadillo», de Arturo Montero y Calvo, y «Amigos inseparables», de Jaime Garnelo y Fillol, por ejemplo), con la condición de su devolución una vez finalizada la correspondiente muestra. El Museo del Prado cumplía escrupulosamente con estas condiciones y nunca pretendió retener en Madrid o hacer un levantamiento permanente de ninguna de estas obras. Todo lo contrario, el Prado no sólo devolvía a su sitio los cuadros retirados, sino que los sometía en sus prestigiosos talleres a mejoras en su estado de conservación. Por desgracia no ha ocurrido lo mismo con el Museo Reina Sofía, cuyos técnicos han posado su mirada lujuriosa en el llamado en su tiempo «El Prado disperso» con el ánimo de enriquecer su colección a base de empobrecer estas dotaciones que han sido y son fundamentales en los numerosos sitios alejados de la capital del reino, dispersos en todas las comunidades autónomas, como es el caso de nuestro Instituto y todo el área de su influencia, es decir todo el Archipiélago Canario.Este procedimiento doloroso ha perjudicado ya a la pinacoteca del Instituto con pérdida de una de sus obras más estimadas «Las aceituneras» de Julio Romero de Torres (1874-1930), un gran cuadro de este famoso pintor, un óleo de 1,88 x 2,64 metros, cuya ausencia se ha convertido en definitiva, desde que fue retirada a finales de los años noventa por el Reina Sofía, mediante un documento firmado por el Ministerio de Cultura y por el Consejero de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, José Mendoza Cabrera, por el que se comprometían a que el cuadro fuera devuelto, una vez finalizados los motivos de su retirada temporal, una copia de ese documento debe estar en el archivo del Instituto y en el de la Consejería, como es lógico, pero lamentablemente sólo es un papel.  No hubo respeto con este acuerdo, ni tampoco una reclamación oficial que nosotros sepamos. Los que guardemos un recuerdo de «Las aceituneras» colgado en el Instituto, que seguramente somos muchos, tenemos que verlo en fotografía, como triste y último recurso.

Una nueva alarma recorre todos los rincones de La Laguna y alcanzará no sólo a los que tienen responsabilidades en la dirección del Instituto, sino como eco intenso habrá llegado también a los responsables municipales, insulares y autonómicos; sin que queden fuera los representantes canarios en las Cortes (Senado y Parlamento) y en el Parlamento Canario. Se trata de la intención del Museo Reina Sofía de hacer un nuevo levantamiento, en esta ocasión es uno de los cuadros más importantes de los que el Instituto conserva, «Las uveras» de Eduardo Chicharro Agüera, óleo de 2,40 x 4,00 metros, un cuadro magnífico de espectacular colorido y expresividad costumbrista, cargado de la influencia del maestro Sorolla. 


Nos parece que es un desatino que se siga esgrimiendo la herramienta legal y desatenta del levantamiento del depósito sin tener en cuenta que la custodia y conservación de todos estos cuadros durante 108 años ha generado, sin dudarlo, una legítima propiedad de hecho, que no puede ser vulnerada de esta forma tan fácil como desaprensiva. Por otra parte nos da la impresión de que se ignora todo lo que la autonomía de Canarias y las transferencias en materia de cultura conlleva, asunto que la Consejería de Cultura, con su titular al frente, debería aclarar cuanto antes mejor.
 
Creemos que se deben evitar todos los levantamientos de estos depósitos centenarios que existen en las Islas, nos referimos a los cuadros, con este mismo origen, depositados en el Ayuntamiento de La Orotava, Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife y en Las Palmas en el Museo de la Casa Colón y en la Audiencia. El procedimiento entendemos que consistiría en la revisión de las condiciones legales de estos depósitos en Canarias, estableciendo su vinculación al escaso patrimonio artístico canario, tan necesario. La salida del cuadro «Las uveras» no debería realizarse, ni sumarse a lo ocurrido ya en los noventa con «Las aceituneras», cuadro que debe ser reclamado, sin las garantías que son de rigor en estos casos de préstamo temporal. Las autoridades competentes tienen ahora la oportunidad de situar este problema en su sitio, la ciudadanía queda, diríamos, atenta y a la espera de las gestiones que la situación reclama por vía de urgencia.

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